Árbol, buen árbol, que tras la borrasca
te erguiste en desnudez y desaliento,
sobre una gran alfombra de hojarasca
que removía indiferente el viento…
Hoy he visto en tus ramas la primera
hoja verde, mojada de rocío,
como un regalo de la primavera,
buen árbol del estío.
Y en esa verde punta
que está brotando en ti de no sé dónde,
hay algo que en silencio me pregunta
o silenciosamente me responde.
Sí, buen árbol; ya he visto como truecas
el fango en flor, y sé lo que me dices;
ya sé que con tus propias hojas secas
se han nutrido de nuevo tus raíces.
Y así también un día,
este amor que murió calladamente,
renacerá de mi melancolía
en otro amor, igual y diferente.
No; tu augurio risueño,
tu instinto vegetal no se equivoca:
Y, en cordial semejanza,
buen árbol, quizá pronto te recuerde,
cuando brote en mi vida una esperanza
que se parezca un poco a tu hoja verde…
Autor: Antonio Machado
EL CAZADOR Y SU HIJO
ResponderEliminarEn el desierto de los leones, habitan muchos animales de diferentes especies, tamaños, colores y formas. Todos los animales se llevaban muy bien y se sentían muy contentos, cada vez que los visitaba la gente, ya que les encantaba que los miraran y les tomaran fotografías, pero lo que más les gustaba, era que los acariciaran y jugaran los niños con ellos.
Todo el lugar estaba lleno de magia, todo era bello, lleno de vida, de paz y felicidad, hasta que un día llego un cazador con su pequeño hijo de 7 años. El cazador llego a vivir ahí y construyo su cabaña cerca del río San Borja. Escogió ese lugar porque estaba rodeado de árboles grandes y frondosos, los cuales le brindaban mucha sombra a la cabaña.
Cada mañana salía el pequeño niño a admirar el paisaje y se sentía muy feliz de ver a su alrededor un gran numero de pájaros los cuales tenían un canto maravilloso, lleno de vida y alegría. El pequeño casi siempre les arrojaba de comer pequeños migajones de pan y ellos, llenos de alegría, se acercaban a comerlos, y después se le hizo costumbre darles de comer a todos los animales que se acercaran a los alrededores de su cabaña. Su padre era un hombre ambicioso y lleno de amargura, el cual salía cada mañana a cortar árboles y a matar animales por diversión, el pequeño niño -que siempre lo acompañaba- se dio cuenta de esto y enfurecido y con lagrimas en los ojos, le dijo que era un hombre sin corazón, que no tenia el derecho de quitarle la vida a los animales y que al destruir a los animales y a la naturaleza, se estaría destruyendo a sí mismo. El hombre después de reflexionar las palabras que le había dicho su hijo, entendió que había sido muy cruel con los animales, y con la naturaleza, y después con lagrimas en los ojos, le agradeció a su hijo el haberle hecho entender que el hombre no tiene derecho a hacerle daño a la naturaleza, ya que gracias a ella, puede sobrevivir, y desde entonces este hombre lucha junto con su hijo por conservar y proteger a la naturaleza y a los recursos naturales que la constituyen
ATT: MIGUEL ANGEL AMORTEGUI ASENCIO